En esta historia que voy a contar se resume todo lo que yo he vivido durante 39 largos años padeciendo esta enfermedad. Hoy a mis 46, me animo a hacerlo y tal vez sea el comienzo de poder sobrellevarla y tener la esperanza desde algún lugar, qué quizás estas enemigas íntimas no me ganen y yo poder lograr vivir con ellas, siempre adelantándome para que no disparen y me venzan.

Ojalá también, quién la lea y tal vez tenga lo mismo que yo, pueda servirle de ayuda o le responda a muchos cuestionamientos que a mí se me plantearon tales como por qué a mí? ¿Qué hice para merecer esto?; y de esta manera que no se sientan solos, ni aislados y de a poquito a través de estas líneas, ir entendiendo que se puede mejorar la calidad de vida.

Mi vida con psoriasis empieza a los 7 años de edad, en plena niñez. Sin darme cuenta comencé a verme unas manchitas rozadas y en algunos casos escamados, qué me picaban mucho, y las tenía en las manos, pies y brazos. De repente en unos días, comenzó a tomarme todo el cuerpo. Mi mamá, preocupada, al principio pensó que era una eruptiva y que me había contagiado de mis hermanas. Pero no fue así.Cuando me llevó al dermatólogo del hospital de niños Gutierrez, muy sutilmente, él me observaba y sonriente y sin herirme, me fue explicando lo que me pasaba y así decirme que lo que yo tenía no se iba a curar, qué era una enfermedad llamada Psoriasis y que sí se podía controlar pero que la iba a padecer toda de por vida. También recuerdo que me dijo que no me asustara y que si yo, como niña que era, hacía todo bien, de a poquito esas manchitas en la piel iban a desaparecer. Sufrí mucho, lloré, me aislé en varias ocasiones de mis compañeras de escuela y mientras fue pasando el tiempo donde todas ellas jugaban en el patio de la escuela y yo siendo tan niña, no podía disfrutar como ellas.

Fui creciendo, él tiempo pasó, hasta que por un instante pensé que me había curado, pero no fue así. Un día que para mí iba ser el más feliz, fue el peor. A partir de ese momento, otra vez ese gigante dormido en mi cuerpo volvió a jugarme una mala pasada y yo no lo pude superar.

Siento que la vida a veces te da nuevas oportunidades y eso pasó en mí. En 1989, en uno de esos días inesperados, conocí a la persona con la cual llevamos 22 años juntos, mi marido, un ser pleno, simple, muy divertido, y que con sus broncas, sus pesares y sus silencios, es mi guía, mi temple, es quien me dio un hijo hermoso y es el que hizo que mi padecimiento con la enfermedad fuera más calmo. Pero las piedras en mi camino continuaron, a pesar de todo. En el año 2007, voy a un control médico y la médica me manda hacer unos estudios y me dice que podía ser artritis psoriásica y realmente así fue. Que podía esperar, sumar una piedra más en mi camino de vida.

Igualmente, mi fortaleza interior, aunque los dolores eran muy intensos y en algunas ocasiones no podían ni moverme ni caminar, hizo que en esa coctelera que tenía dentro de sí pudieran ordenar mis ideas para poder salir adelante. Y así fue. En la primavera del año 2010, mi esposo y me mejor amiga, Claudia, insistieron en que buscara ayuda, sola no podía y fue en ese momento que acudí a AEPSO, la asociación civil para enfermos de Psoriasis. Ese día lo recuerdo muy bien, me acompañaron hasta la asociación pero no subieron. Cuando llegué a la puerta de las oficinas, antes de tocar, casi di media vuelta y me fui, pero fue al revés, toqué la puerta y entré.Tal vez ese fue el comienzo para mí de una esperanza de poder mejorar. Hoy a casi más de un año de ese día lo puedo expresar y estoy contenta. Como dice una cita de un autor anónimo: "la vida es como una montaña rusa, se alimenta de sus actos y uno de ellos es la ternura, sanadora, con detalles delicados, atenciones, afectos finos, busca la pausa, el encuentro, cicatriza las marcas. "Así es AEPSO y quizá el haberme encontrado con personas que padecen lo mismo, saber que lo que sienten, es casi como lo que siento yo, saber que te acompañan, te contienen, te asesoran, me hizo dar cuenta que la vida tiene sentido y hay que vivir todos los momentos disfrutándolos y que si bien tengo dos enemigas íntimas, las combato día a día para que no me sorprendan y en esto no estoy sola, tengo aliados que son como lucecitas que iluminan mi caminar para poder mejorar. Sé que son dos enfermedades muy invasivas pero yo le sigo dando batalla y sé que puedo ganarles así poder vivir un poco mejor y más feliz.