Testimonio - Saber más me ayudó a mejorar mi situación

La psoriasis comenzó a manifestarse en mi cuerpo con lesiones muy pequeñas cuando tenía 17 años. Creo que el detonante para su aparición fueron picos de estrés que yo sufrí en ese momento.


Como al comienzo las manchas eran de poca dimensión, me daban cremas comunes para la piel y recién años después, en 1998, me indicaron emulsiones específicas en el departamento de Dermatología del Hospital Córdoba. Para ese momento, las lesiones se habían agravado y por eso también me prescribieron medicamentos orales. Todos los remedios eran costosos y, en el caso de las cremas, además venían en envases muy pequeños. Cuando sos joven y las lesiones de la piel se expanden y se hacen más severas, comenzás a sufrir las miradas de los demás. Además, en aquellos años esta enfermedad era todavía más desconocida que ahora y, por eso, generaba inquietud en aquellas personas que me observaban.

A nivel estético, la psoriasis me afectaba, pero con el paso de los años aprendí a sobrevivir o convivir con ella y llegó un momento en el que no le di más importancia. Usaba poco los medicamentos, sólo cuando una lesión se convertía en una herida más severa me ponía crema, además porque, como mencioné anteriormente, los productos específicos son pequeños y costosos. Tuve lesiones importantes en las orejas, el cuero cabelludo, el tronco, las piernas y los brazos. Un día, hace aproximadamente dos años y medio, me levanté y no pude caminar. Sentía demasiado dolor al apoyar la planta. Posteriormente supe que era artritis psoriásica. Empezó en los pies.

La artritis psoriásica produce inflamación en las articulaciones, por eso no podía asentar el pie: me dolía muchísimo. El día en que apareció ese dolor, terminé yendo a la guardia. Me pusieron calmantes, me hicieron radiografías, evaluaron que no fuera una fisura o una quebradura. Me preguntaron si me había golpeado. Finalmente, fui a la reumatóloga quien me indicó la realización de análisis de laboratorio y con los resultados confirmó que tenía artritis psoriásica. Yo no le había dicho que tenía psoriasis, pero era notable en la piel.

Me prescribieron un tratamiento que constaba de medicamentos de vía oral, antiinflamatorios y remedios para la artritis. Me hacían un poco de efecto. Al año, aproximadamente, la enfermedad me atacó el sacroilíaco y eso hizo que no sólo no pudiera caminar, sino que tampoco pude sentarme, ni pararme. Los calmantes me producían alivio temporal, pero me seguía doliendo. Me había afectado las dos caderas: no podía trabajar, subir al auto, pararme. Debí faltar al trabajo y a otras actividades que hacía, porque no podía salir de mi casa. Igualmente, si estaba recostado, llegaba un momento en que también sentía dolor. No había postura que me aliviara. Me pusieron calmantes intramusculares, opiáceos, a veces estaba bien y a veces, no.

Me recetaron drogas biológicas, que son más sofisticadas y costosas, pero tuve que enfrentar una pelea con la obra social. Comencé a acumular documentación, armé carpetas, certificaciones y finalmente llegué a la Superintendencia de Servicios de Salud. En el medio, acudí a una conferencia de la Asociación Civil para el Enfermo de Psoriasis - Aepso, cuyos profesionales médicos me orientaron y me vincularon con un grupo relacionado. Finalmente, logré que me cubrieran el medicamento y mi calidad de vida mejoró en un 90 por ciento. No sólo redujo la inflamación de las articulaciones, sino que disminuyeron y prácticamente desaparecieron las lesiones. Era un medicamento que en mi situación era más efectivo.

Es por eso que valoro la información, porque saber más me ayudó a procurar una mejor situación Tuve energía para ir a los especialistas y gestionar la asistencia porque, si bien había aprendido a vivir con las manchas en la piel, tener dificultades en la movilidad a los 38 años me había desmoralizado mucho.